NOTA DE LA EDITORA: ESTO ES UN ARTÍCULO INVITADO POR JON VALDIVIA, DE JONVALDIVIA.COM
El chaval tanzano me dio con el machete por tercera vez, y ahí mi vida pasó por delante de mis ojos.
No es tan dramático como parece, de verdad. Lo que pasa es que, por un momento infinito, uno se cree que no lo va a contar, así que se lo cuenta a sí mismo para ver si la película ha estado bien o mal, lo mismo que comentamos el último episodio de la serie favorita. Somos así: una vez que termina algo, necesitamos evaluar, y lo hacemos sin darnos cuenta, en piloto automático.
Así que, en piloto automático, evalué sin querer. ¿La peli de mi vida ha estado bien o mal? La respuesta no se hizo esperar: «todavía me queda mucho por hacer. Por favor que no me maten por este trabajo«.
Mi mente occidental tuvo que meter el trabajo en esa evaluación, no sé por qué, y me pasé los siguientes seis meses rumiando el trabajo en el que merecería la pena involucrarme si el precio a pagar fuera irse al otro barrio.
¿Horticultor?
¿Sastre?
¿Restaurador de motos?
«No, curar el cáncer… pero no soy médico… montar una ONG, sí, eso sí… no, mejor salvar a las ballenas». Imagínate mi cabeza.
La pregunta equivocada
De algún modo entré en un curso intensivo de lo que muchos de nosotros hacemos durante años: dar la respuesta a «qué quiero hacer con mi vida«. Esta pregunta presupone que, si encontramos un trabajo ideal, seremos felices, plenos, y daremos sentido a nuestra vida.
Hay que pararse a pensar en todas las implicaciones que tiene esta forma de entender el sentido de la vida. Pensar así nos catapulta a buscar «qué hacer«, y nos define por nuestra actividad. Eso no está del todo mal: no es lo mismo que nuestra actividad sea «asesino a sueldo» que «curar el cáncer«, pero de algún modo nos quita posibilidades de éxito en el asunto de llevar una vida con sentido en el aquí y ahora, día tras día.
¿Y si descubres que la actividad que te hace feliz es ser instructor de surf pero tienes tres hijos y vives en Cuenca? ¿Y si tu actividad feliz es meditar diez horas al día y no pagar el alquiler? Hago una reducción al absurdo para ilustrar algo que a todos nos pasa: no siempre es posible dedicar nuestras vidas a una sola actividad que sea el jardín y fruto de nuestras alegrías.
Aunque decidiéramos ser unos «supermotivaos» y poner nuestra vida patas arriba para «seguir nuestro corazón y vivir nuestros sueños«, quizá pasarán cinco o diez años hasta que podamos conseguir ser esa persona que hoy soñamos ser. Quizá incluso, para cuando lleguemos allí, ya no nos guste tanto ser instructor de surf porque tenemos artritis. O quizá el monasterio Zen de nuestros sueños no tiene WiFi…
No sé si me explico, pero lo que trato de decirte es que intentar resolver el sentido de nuestra vida a través de «qué hacer» es un asunto lleno de trampas. Por supuesto, persigamos las actividades que nos hacen felices, pero condicionar todo nuestro bienestar emocional y felicidad interior al «sólo seré feliz si hago X, Y, Z«, es negociar en nuestra contra. Es ponernos una trampa y demasiadas condiciones.
Vuelco y cambio de perspectiva
Después de seis meses rumiando «qué hacer» y no llegar a ninguna conclusión, tuvimos un accidente en coche, también en Tanzania, durante un safari. Esta vez mi reacción no fue evaluar mi vida, fue saltar del coche y dedicarme al 100% a sacarnos a todos de allí con vida. Nunca me sentí más útil, más vivo, más pleno. Después de varios tequilas y unos días de relax post-traumático, encontré la respuesta a la pregunta que me había hecho mucho antes.
Tres letras: ser.
Ser viene antes que hacer. Todos tenemos una serie de cualidades, o valores, que dan sentido a nuestra vida día sí y día también, independientemente de qué hagamos. Para mi caso personal es ser un comunicador, creativo, aventurero, libre, ser sincero y auténtico, ser generoso. En mi «momento accidente«, encontré sentido en ayudar, en arriesgarme, en darlo todo por mis amigos sin pensar en mí.
Al igual que en la evaluación del machetazo, lo hice sin querer, sin pensar, sin dedicarme tres días a meditar «qué quiero hacer con mi vida» e ir a siete cursos para encontrar mi constelación interior. Simplemente fui yo mismo, dándolo todo, sin preocuparme por meterme en un coche con fugas de combustible para ayudar. Lo que había dentro de mí, salió sin restricciones.
Fui un poco tonto e imprudente, pero fui feliz. Más que feliz: mi existencia en el planeta contó para algo. Algo hizo «clic» en mi sistema. Encontré sentido en quién era, en lo que estaba dando de mí mismo, en la carne que estaba poniendo en el asador.
Vivir en tu ser
Cuando fallo en ser mi mejor yo, da igual que esté haciendo lo que más me gusta hacer, estoy fallando a mi esencia, a mi verdadero sentido de la vida. Inmediatamente me vuelvo una persona gris.
¿No nos ha pasado esto alguna vez? Eso de «todo en mi vida va bien pero algo me falta«.
A mí me ha ocurrido muchas veces: dedicar mi tiempo a lo que más me gusta pero aún así sentirme perdido. Eso pasa porque mi «ser» está desencajado. Quizá estoy viajando y haciendo música pero no estoy conectando con otras personas, o no estoy siendo sincero sobre lo que realmente necesito, o no estoy dando nada de mí mismo a los demás. Estoy negando los valores y actitudes que dan sentido a mi vida, y por tanto mi actividad es irrelevante.
Asimismo, ¿no nos pasa a veces que estamos rodeados de problemas pero somos felices? Hay momentos en los que todo está en nuestra contra pero estamos siendo la mejor versión de nosotros mismos, y nos comemos el mundo.
Esto nos pasa cuando vivimos en coherencia interna. Esto es decir «sí, tengo problemas. Sí, tengo una situación muy dura, pero tengo la brújula interior bien ajustada y estoy siendo quien quiero ser, y mientras tanto trabajo para mejorar mi situación externa o llevar a cabo los proyectos en los que creo.»
Éste es mi gran aprendizaje vital. Este «cambio de chip» me cambió la vida a mejor. Tanto, que casi casi casi me da igual mi actividad, pero me impacta mucho si no estoy siendo la mejor y más auténtica versión de mí mismo, si no estoy dando el 100%, poniéndome al servicio de algo más grande que yo. No quiero ser cursilón, pero es que lo siento así.
No creo revelarte nada nuevo. Ya decían en el Oráculo eso de «conócete a ti mismo«. Y realmente no es tan complicado. Solo has de preguntarte qué actitudes y valores, cuando los pones en práctica sin restricciones, engrandecen tu corazón, te dan paz interior, te ponen una sonrisa en la cara, y hacen de tu vida algo que vale la pena. Asimismo, pregúntate qué actitudes te hacen de menos, te dan tirria, te hacen sentir mal.
Pon tus valores en marcha
Una vez que tenemos eso claro, y lo ponemos en práctica al 100% (el 99% no vale), lo demás no es que de igual, sino que es una feliz consecuencia. Tardaremos más o menos en conseguir nuestros objetivos, o tendremos actividades más o menos satisfactorias, pero viviremos con sentido cada día.
Una vez que tenemos esto claro, lo que ocurre es que buscamos actividades y proyectos en los que tenemos la oportunidad de «ser más» de eso que llena nuestra vida de sentido. Nuestra actividad se convierte en una manifestación de nuestro ser, no en una búsqueda de nuestra identidad.
Al menos, esa es mi experiencia, y la de otros cuantos cerebritos filosóficos mucho más listos que yo.
No es difícil
Lo difícil no es llenar la vida de sentido. Lo difícil es abandonar nuestros esquemas mentales acerca de cómo alcanzarlo. Lo difícil es cambiar la mentalidad de «soy lo que hago» o «me mido por lo que dice mi tarjeta de visita» o «lo guapos que son mis hijos» o «mi salario«.
Claro, que no todos tenemos la suerte de que un tanzano se nos líe a machetazo limpio, o volcar un 4×4, para llegar a tener estas epifanías peliculeras. Yo es que soy algo zopenco y me las tengo que ver en esa tesitura para despertarme y pensar con claridad. Como tuve esa suerte, lo comparto contigo para que no te pongas a pensar en el sentido de la vida mientras tu coche da vueltas de campana 🙂
Si te ha gustado la historia y su mensaje, tengo un librito llamado «Una Vida Con Sentido» que puedes descargarte gratuitamente al suscribirte a mi blog (al final de la página).
Un abrazo, y gracias por compartir este rato juntos.
Jon
(foto: Roman Boed)
BIO:
Jon Valdivia es coach, viajero infatigable, y autor de jonvaldivia.com, donde comparte lecciones acerca de simplificar la vida y darle sentido, mientras persigue sus objetivos y proyectos. Además de su mini-libro «Una Vida Con Sentido«, ofrece sesiones de coaching a personas comprometidas que quieren cambiar o mejorar su vida.